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El CEB como parte de Epimeleia

Este es el extracto de tu primera entrada.

Cultivando el Equilibrio Emocional forma parte de un proyecto más amplio que he llamado Epimeleia, cuidar, estudiar, ocuparse de uno mismo. Pero no desde una aproximación egoísta de centrarse en el pequeño yo para obtener lo mejor del mundo, sino desde una perspectiva de aprendizaje continuo con la felicidad plena, eudaimonia (εὐδαιμονία), como objetivo. Para poder ofrecerse al mund.

https://epimeleiabarcelona.com

He seguido el impulso de compartir las herramientas que me han sido útiles para intentar vivir una vida «plena». Mi aspiración al crear esta web es que pueda resultar ni que sea mínimamente útil a alguien en algun momento.

 

 

 

La utilidad del enfado.

Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo.Aristóteles

enfado-inside-out

¿Sabéis esas épocas de la vida en las que un tema se os pone delante una y otra vez? Pues eso me está pasando a mí desde hace casi un año. Con la ira.

En algún otro post os explicaré la historia completa, aún es demasiado cercana en el tiempo y me cuesta compartirla. Hoy quería centrarme sólo en uno de los aspectos del tema.

El enfado, la ira, tiene la función evolutiva de “eliminar un obstáculo”. Cuando entre yo y mi comida se interpone alguien que me la quiere robar, la ira me ayuda a evitarlo. Cuando alguien amenaza o pretende herir a un miembro de mi familia la ira me prepara para defenderlo. Si podéis, os recomiendo encarecidamente leer el libro de Robert Sakolsky, “Porqué las cebras no tienen úlceras”.  En él explica que una de las características de la respuesta de estrés es la movilización rápida de la energía desde su almacén. “La glucosa y otras formas simples de proteínas y grasas salen de tus células de grasa, hígado y músculos hacia el torrente sanguíneo todo para alimentar los músculos que están intentando salvarte el cuello. Como la glucosa necesita llegar lo antes posible a estos músculos aumenta la frecuencia cardíaca, la presión sanguínea y el ritmo de la respiración, todo para poder transportar más nutrientes más rápido. Igual que no es el momento de reparar el garaje si hay un tornado intentando derrumbar la casa, el estrés hace que procesos no imprescindibles como la digestión, la regeneración de tejidos o la respuesta sexual disminuyen.  De la misma forma la respuesta inmune, que te protege de enfermedades que a lo mejor tardan semanas o años en matarte, también se inhibe. Lo más urgente es salvar la vida ahora. Y es por eso que también disminuye el dolor: en el fragor de la batalla un soldado puede no percibir el dolor de sus heridas. La anestesia auto inducida por el estrés es una buena estrategia para sobrevivir, caer en shock por dolor extremo desde luego no facilitaría la supervivencia. Tus sentidos se agudizan, el oído, el olfato, la vista. Tu cuerpo está preparado … pero ¿preparado para qué? Para correr delante de un león que te persigue. Para pelearte con un enemigo. Para luchar por sobrevivir.

El problema es que la mayoría de veces no hay león, ni agresor, no hay amenaza física.  Sólo la ansiedad ante una reunión, la ira cuando hablas por teléfono o contestas un mail. Las consecuencias, cuando esta respuesta de estrés se da varias veces al día, o incluso se mantiene casi de forma constante, pueden ser letales. El aumento continuado de presión sanguínea provoca hipertensión lo que genera cambios en los vasos sanguíneos y en el corazón que al final desembocan en problemas cardíacos.  Hipertensión, colesterol, arteriosclerosis, trombos, ictus, todas estas malas palabras pueden venir provocadas por un estrés continuado.

En las conversaciones de sobremesa sobre meditación,  muchas veces surge el debate de la diferencia entre aceptar y resignarse, la duda de si meditar nos hace conformistas. Se esgrime  que es sano y humano indignarse ante las injusticias en el mundo, que  tener la sangre de horchata no es algo que uno desee.

Y es curioso porque hasta hace poco no he visto con claridad la respuesta a estos argumentos. La respuesta que es válida para mí, no la respuesta que es la verdad, universalmente válida para todo el mundo, la respuesta que tiene sentido para mí. Seguramente porque la hipertensión ha dejado de ser tan sólo una amenaza lejana en mi vida.

Si cada vez que alguien defiende una opinión contraria a la mía en facebook, aunque sea de las que me desquician, me enfado… si cada vez que veo una injusticia en la televisión o la leo en Internet o la oigo en la radio o la veo en twitter, me enfado… si cada vez que alguien en algún lugar del mundo comete una acción que yo categorizo de intolerable, me enfado … moriré antes, sin haber cambiado nada.

Enfadarme no es tener una respuesta intelectual de aversión y rechazo y decidir hacer lo que esté en mi mano para evitar que siga sucediendo, eso lo puedo hacer sin enfadarme. Enfadarme es tener la cascada de reacciones fisiológicas, sin león  ni agresor, que me acerca a una muerte prematura, sin cambiar nada.

Es por eso que, aunque el enfado y la ira no siempre es una emoción destructiva, ahora creo que  lo es la mayoría de las veces que la tenemos en nuestra vida cotidiana, al menos lo ha sido la mayoría de las veces que la he tenido los últimos años. No lo es cuando facilita  una acción de supervivencia, lo es en la mayoría del resto de casos: el coche que me adelanta, el machista de Facebook, el psicópata que mata niñas, el violador, el jefe injusto, el compañero desagradable, el trabajo mal hecho, la persona impuntual, el amigo desconsiderado, el hambre en el mundo, la injusticia social, la desigualdad económica, la pobreza, el dolor provocado e innecesario, la crueldad … sólo por mencionar las que nos sentiríamos orgullosos de explicar en voz alta. Muchas otras veces lo que nos enfada es una ataque al ego, “quién se ha creído que soy, como se atreve a hacerme esto a mí, me las va a pagar”.

Ahora lo tengo claro, enfadarme no es tener una respuesta intelectual de aversión y rechazo y decidir hacer lo que esté en mi mano para evitar que siga sucediendo, eso lo puedo hacer sin enfadarme. El problema es que, incluso habiendo llegado a esta conclusión, el hábito es tal, que evitarlo no está siendo fácil.  La meditación es, sin duda, una de las herramientas clave en mi caja “anti enfado”. Otra de las herramientas que me es muy útil es realizar un pequeño ejercicio después de cada enfado:

  • observar mi cuerpo: ¿dónde siento el enfado?, ¿qué siento?, ¿cómo es mi respiración?, ¿mi frecuencia cardíaca?, ¿qué músculos se han tensado, si lo han hecho? ¿Cómo noto el estómago?
  • observar la situación después del enfado: ¿he conseguido cambiar algo externo?, ¿he resuelto lo que me ha enfadado?, ¿ha mejorado?, ¿ha empeorado?.
  • observar mi mente: ¿en qué estado se ha quedado: tranquila agitada, confiada, irascible, inquieta, feliz, orgullosa, atenta, dispersa? , ¿cómo percibo mi mente?

Y me permito hacer tres respiraciones, inspiro largamente por la nariz, llenando bien todos mis pulmones y espiro lentamente, muy lentamente, intentando relajar todo mi cuerpo. Inspiro de nuevo profundamente y espiro calmando mi mente, intentando silenciar su discurso; a veces me gusta visualizarla como el agua de un lago y la imagino aquietándose.  Con la última respiración me dedico un pensamiento  de agradecimiento: lo has hecho bien,  lo mejor que has podido, la próxima vez lo harás mejor.

Publicado en Ira